Convéncete de tu fe

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

 

Hoy en día, como católicos, debemos de estar completamente convencidos de nuestra fe para poder actuar de la mejor manera posible. El testimonio es lo más importante, pues podemos mover masas enteras con solo nuestro testimonio de vida coherente.

La convicción viene de un encuentro íntimo con Dios, y desde ese momento comienza nuestra conversión, que es de cada día, y en el que el convencimiento se renueva y se acrecienta también.

Un católico convencido de su fe es un testimonio muy fuerte para convencer a los demás viviendo solamente como lo que en verdad es. Irradia lo que tiene en el interior, irradia a Dios. Transmite paz, amor, alegría, etc.

Para no caer en el error de los fariseos y juristas, debemos de estar verdaderamente convencidos de nuestra fe, y así poder vivir como Dios quiere que vivamos.

Jesús de hecho quiere sacudir a los escribas y los fariseos del error en el que han caído, ¿y cuál es este error? El de alterar la voluntad de Dios, descuidando sus mandamientos para cumplir las tradiciones humanas. La reacción de Jesús es severa porque es mucho lo que hay en juego: se trata de la verdad de la relación entre el hombre y Dios, de la autenticidad de la vida religiosa. El hipócrita es un mentiroso, no es auténtico. También hoy el Señor nos invita a huir del peligro de dar más importancia a la forma que a la sustancia. Nos llama a reconocer, siempre de nuevo, eso que es el verdadero centro de la experiencia de fe, es decir el amor de Dios y el amor del prójimo, purificándola de la hipocresía del legalismo y del ritualismo.
(Homilía de S.S. Francisco, 2 de septiembre de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscar un tiempo para estar con Jesús Eucaristía para recordar todo su amor por mí y pedirle perdón por las veces en que he rechazado su amor.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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