Por: Vicente D. Yanes | Fuente: Catholic.net
Ante todo, no debemos olvidar que la gracia de la conversión es un don de Dios. Y también que, si hay alguien interesado en nuestra conversión, es, nada más y nada menos, Dios. Y nosotros, ¿qué debemos hacer? ¿Qué camino tenemos que seguir para alcanzar nuestro objetivo? La Iglesia nos señala tres medios principales. Podemos aventurarnos a decir que hay tres disciplinas fundamentales para un atleta del espíritu.
La primera es la oración. La oración es generadora de amor. En el encuentro íntimo con Dios, Él nos permite conocerle más y conocernos más a nosotros mismos. Contemplando su amor encenderá en nosotros el deseo de poseerle y este deseo nos llevará a cambiar. ¿Duración del ejercicio? Se pueden comenzar con cinco o diez minutos, lo importante es que sea diario. Y si puede ser frente al Sagrario, qué mejor.
La siguiente es el sacrificio. Hay muy diversas modalidades de aplicarlo. Cada quien es libre de escoger la que mejor convenga, procurando que sea algo que de verdad cueste y que nos exija voluntad. No hay que perder de vista que la privación voluntaria de algo o el realizar una obra que nos mortifique debe hacerse por amor a Dios. Si no, no vale. Al hacer el sacrificio hay que tener como telón de fondo la imagen de Cristo ofreciendo su vida por nosotros. Ante esa muestra de amor, todo lo demás que ofrezcamos nos parecerá pequeño
Como tercera disciplina está la caridad. El ejercicio del amor a nuestros hermanos todas las personas- por ser ellos también hijos de Dios. También aquí es preciso definir qué se va a hacer. Las manifestaciones son múltiples: guardar la paciencia, hablar bien de los demás, hacer un acto de servicio, prestar atención y consejo al que lo necesita, dar buen ejemplo, compartir los propios bienes.
Aún es tiempo de fijarse unos puntos muy concretos y poner toda su buena voluntad en cumplirlos. De esta manera, Dios podrá enviar su gracia a nuestras almas y esta cuaresma habrá sido, verdaderamente, un tiempo de conversión.