Don de la Sabiduría

Por: P. Donal Clancy, L.C. | Fuente: la-oracion.com 

En qué consiste el don de la sabiduría

Con los diversos dones, el Espíritu Santo vivifica nuestra oración. Nos lleva a descubrir la presencia de Dios en la creación, a amarle filialmente, a reverenciar su santidad, a penetrar las verdades de la fe, a perserverar en las dificultades y atinar en las aplicaciones. El mayor de sus dones es la sabiduría, que es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Es luz que se recibe de lo alto, una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios. El don de la sabiduría perfecciona la virtud teologal de la caridad, produciendo un conocimiento nuevo, impregnado por el amor.
Ya en el orden natural, el amor agudiza la capacidad de penetrar el interior de otro. El conocimiento mutuo entre dos esposos que se aman, entre unos amigos cercanos, o el conocimiento de una mamá para con sus hijos, goza de una intuición muy allá de los factores intelectuales: el corazón vive lo que la razón no sabe. Ahora bien, en el orden sobrenatural «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5, 5). Cuando el Espíritu Santo nos comunica el don de la sabiduría, especialmente en los momentos de oración, nos lleva a mirar y saborear a Dios y la creación a través del amor divino.

Ejemplos de sabiduría

Conocemos grandes ejemplos de este don. Pablo VI decía de Santa Catalina de Siena, mujer analfabeta quien vivió apenas 33 años: «Lo que más impresiona en esta santa es la sabiduría infusa, es decir, la lúcida, profunda y arrebatadora asimilación de las verdades divinas y de los misterios de la fe, debida a un carisma de sabiduría del Espíritu Santo» (4 de octubre de 1970). Y Juan Pablo II, declarando doctora de la Iglesia a Santa Teresa del Niño Jesús, recalcó que el centro de su doctrina es «la ciencia del amor divino. Se la puede considerar un carisma particular de sabiduría evangélica que Teresa, como otros santos y maestros de la fe, recibió en la oración (cf. Ms C 36 r)» (19 de octubre de 1997).

Son casos excepcionales, y sin embargo, todos podemos aspirar a que este don enriquezca nuestra oración. Hay, sí, una condición previa, la humildad de corazón, pues Dios se resiste a los soberbios. «La ciencia del amor divino, que el Padre de las misericordias derrama por Jesucristo en el Espíritu Santo, es un don, concedido a los pequeños y a los humildes, para que conozcan y proclamen los secretos del Reino, ocultos a los sabios e inteligentes (cf. Mt 11, 25-26)» (Ibid.).

Podemos además disponernos y colaborar al don orientando nuestra oración hacia el amor. Cualquiera que sea la materia de nuestra oración – un texto de la Sagrada Escritura, una lectura, una escena evangélica, un icono… – hay que pasar desde la consideración del intelecto, también necesaria, a verla con amor, más aún, desde el amor de Dios. Dios es amor, y no poseemos una verdad plenamente mientras no es amada.

María y el don de sabiduría

La Santísima Virgen María, Trono de la Sabiduría, es también aquí madre y maestra. El Magnificat es la primera oración del Nuevo Testamento. Nos enseña como el don de la sabiduría configura la oración cristiana. María daba vueltas a los acontecimientos y revelaciones «en su corazón», es decir desde el amor. «No mira sólo lo que Dios ha obrado en ella, convirtiéndola en Madre del Señor, sino también lo que ha realizado y realiza continuamente en la historia» (cfr. Benedicto XVI, 14 de marzo de 2012). Es la visión de la sabiduría, que ve todo desde Dios. En su cántico, prorrumpe en una oración de alabanza y de alegría, de celebración de la gracia divina. Pidamos su intercesión: «María, Madre de la oración cristiana, ruega por nosotros». Y pidamos el don de la sabiduría para nuestra oración: «Ven, Espíritu de amor».

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