Esos que sostienen que no hay resurrección

Hoy, los «in-oportunos» saduceos son ocasión para que Jesús dedique unas bellísimas palabras a una cuestión vital: la eternidad. La escena y el tema conservan plena vigencia.

Se le acercaron «algunos de los saduceos» que, curiosamente, sostenían «que no hay resurrección» (Lc 20,27). En efecto, no deja de ser sorprendente que un grupo de gente religiosa —creyente en Dios— afirmara que no existe la eternidad (por lo menos, para nosotros). Entonces, nos preguntamos, ¿qué clase de Dios tenemos? Más aun, ¿qué será de nosotros?

Evidentemente, no hay respuesta para un interrogante tan estúpido como este. De hecho, Jesús les respondió muy tajantemente: «Estáis en un gran error» (Mc 12,27). Y les espetó, sin más, que Dios «no es Dios de muertos, sino de vivos» (Lc 20,38), como no podía ser de otro modo.

Por si no fuera poco equivocada la conclusión de los saduceos, la argumentación que proponen —la ficticia historieta de la mujer que sucesivamente tuvo por esposos a siete hermanos— sobrepasa la ridiculez. No debemos sorprendernos de que ahora resurjan los «modernos saduceos» que contradicen la voz del Vicario de Cristo esgrimiendo argumentos tan falsos como forzados (que si el costo de las visitas pastorales del Papa debiera destinarse a los pobres; que si el Papa es culpable de millones de muertes…). ¡Nada nuevo en la faz de la tierra! Sólo la ceguera del descreimiento es capaz de tramar semejantes naderías.

Los saduceos «jugaron» con la eternidad y el resultado es que no queda ni rastro de ellos. ¡Lógico!: sin esperanza no hay vida. Peor aun: sin un horizonte de eternidad no se puede amar. ¿Acaso se puede uno «en-amorar» por un tiempo? He aquí la respuesta de Benedicto XVI: «El amor humano es, en sí, una promesa incumplible. Desea eternidad y sólo puede ofrecer finitud. Mas, por otra parte, sabe que esa promesa no es insensata ni contradictoria, pues en última instancia la eternidad vive en ella. Sus auténticas dimensiones conllevan, en definitiva, la perspectiva futura de Dios, la espera de Dios».

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