Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy se me muestra el ejemplo de ese leproso curado que regresó para darte gracias. Ahora caigo en la cuenta de los muchos beneficios que he recibido de Ti y las pocas veces que me he detenido a darte las gracias.
Quiero postrarme ante Ti. Hoy sólo deseo agradecerte todo lo que me has dado, todo lo que tengo, todo lo que soy… Pero, sobre todo, por ser quien eres. Casi nunca me detengo a admirarte, a caer de rodillas y simplemente mirar tu belleza. Gracias por ser genial… por ser mi Papá.
En mi corazón tengo la lepra de la ingratitud que me hace insensible a las caricias que diariamente me propicias…
Al menos hoy, al menos aquí, al menos ahora, te pido que me sanes de este mal y me permitas experimentar la dulzura de tu presencia y la ternura de tus caricias.
¡Gracias, Jesús!
La gratitud es un rasgo característico del corazón visitado por el Espíritu Santo; para obedecer a Dios, primero debemos recordar sus beneficios. San Basilio dice: «Quien no deja que esos beneficios caigan en el olvido, está orientado hacia la buena virtud y hacia toda obra de justicia». ¿A dónde nos lleva todo esto? A hacer un ejercicio de memoria: ¡cuántas cosas bellas ha hecho Dios por cada uno de nosotros! ¡Qué generoso es nuestro Padre Celestial! Ahora quisiera proponeros un pequeño ejercicio, en silencio, que cada uno responda en su corazón. ¿Cuántas cosas hermosas ha hecho Dios por mí? Esta es la pregunta. En silencio, que cada uno de nosotros responda. ¿Cuántas cosas hermosas ha hecho Dios por mí?
(Catequesis de S.S. Francisco, 27 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré tener un momento de oración para agradecerle a Jesús todo lo que me ha dado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.