Hoy se celebra a San Damián de Molokai, el apóstol de los leprosos

“Ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo”, solía decir San Damián de Molokai, sacerdote y misionero belga, quien se hizo célebre por ponerse al servicio de los leprosos que habitaban una de las islas Hawaii (Estados Unidos). San Damián entregó su vida por aquellos hombres, mujeres y niños a quienes el mundo apartó, pero en quienes él vio el rostro de Cristo sufriente. Hacia el final de sus días, contrajo lepra y murió a causa de dicha enfermedad, dando testimonio de su inmenso amor por los olvidados y rechazados. Su fiesta se celebra cada 15 de abril.

San Damián nació el 3 de enero de 1840 en Bélgica; su nombre de pila fue Jozef de Veuster. Ingresó a la vida religiosa como miembro de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y de la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento del Altar, conocidos como los Sagrados Corazones de Jesús y María (SS.CC). Fue enviado como misionero a las islas Hawaii (Estados Unidos), donde fue ordenado sacerdote el 24 de mayo de 1864 en Honolulu, la capital.

Por ese entonces se desató una terrible epidemia de lepra. Los que caían enfermos eran apartados inmediatamente de la comunidad y enviados a la isla de Molokai, donde eran abandonados a su suerte. La medida fue iniciativa de las autoridades quienes querían evitar que se extienda la epidemia, pero resultaba ser injusta y cruel con los que se enfermaron. Es en esas circunstancias, el P. Damián solicitó permiso para ir a ayudar y acompañar espiritualmente a los habitantes de Molokai. Es así que el P. Damián se embarcó rumbo a la isla, en una de las embarcaciones en las que se trasladaban leprosos.

Molokai se había convertido en un lugar sombrío y violento. Muchos de los que vivían allí lo hacían sin paz ni esperanza. A diario el P. Damián escuchaba cómo los leprosos eran objeto de las burlas y del desprecio de los pocos que aún estaban sanos; oía los lamentos de los moribundos o se convertía en testigo involuntario de escenas terribles, con cadáveres en las calles o en fosas a medio enterrar, sirviendo de alimento a los perros.

Poco a poco, el Santo misionero fue transformando el lugar: construyó una iglesia en honor a Santa Filomena, un pequeño hospital, una enfermería y, por si fuera poco, organizó la construcción de una escuela y viviendas para albergar a los que no tenían techo.

Lamentablemente en 1885 contrajo lepra, cuando tenía sólo 49 años. Ante las solicitudes para que deje la isla, él decidió permanecer allí, a lado de los suyos. Sabía que irse podía significar para más de uno que Dios los estaba abandonando. El P. Damián por eso rechazó ser trasladado para recibir tratamiento:

«Hasta este momento me siento feliz y contento, y si me dieran a escoger la posibilidad de salir de aquí curado, respondería sin dudarlo: ‘Me quedo para toda la vida con mis leprosos’”.

El Santo continuó con su obra evangelizadora mientras las fuerzas le acompañaron. Antes de morir vio llegar al P. Wendelin y a las hermanas franciscanas que se encargaron de la enfermería. Entre ellas estaba la Beata Madre Mariana Cope que sirvió más de 30 años a los leprosos.

San Damián de Molokai partió a la Casa del Padre el 15 de abril de 1889. Una estatua con su imagen se encuentra hoy ubicada dentro del Capitolio de Estados Unidos, como símbolo máximo de la historia del estado de Hawaii.

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