Los valores eternos

Por: Hernán Bressi | Fuente: Catholic.net 

  1. Definición.

El valor es la importancia[1] en sí misma de una acción o una actitud que consideramos como moralmente buena, noble, generosa o justa. No es la mera satisfacción subjetiva o el bien objetivo para la persona.

Podemos afirmar que un paisaje es más bello que otro, que la profundidad y riqueza intelectual tienen un rango superior al de una vitalidad exhaustiva o al de un temperamento exuberante. Decimos con razón que la humildad es de orden superior al dominio de sí mismo.

Este orden jerárquico es tan fundamental como la fuente de toda la moralidad (objeto elegido, fin buscado y las circunstancias de la acción)

Si le preguntamos a un hombre enfermo la razón de su tristeza, nos contestase: “…Porque dos y dos son cuatro”, naturalmente no aceptaríamos esa respuesta como causa de su tristeza.

Supongamos que quiera desatenderse de nosotros negándonos a comunicarnos el verdadero objeto de su tristeza, podríamos llegar a sospechar que el verdadero objeto de su tristeza ha sido reprimido en el subconsciente.

La experiencia revela que un ser que puede servir de objeto de nuestro conocimiento no motivaría nuestra voluntad.

    1. 1 Distinción de los valores por su rango y contenido.
  1. Valores Ontológicos.
  2. Valores Cualitativos.

 

  1. Los Valores Ontológicos.

Cuando nos estamos refiriendo a la dignidad de un ser humano, dotado de razón y libre voluntad, al valor de la persona humana, de un alma inmortal entonces estamos sin duda frente a algo importante en sí mismo.

El valor ontológico es inmanente al ser porque refleja a Dios en la medida de la naturaleza de este ser, que es un imago Dei, pero los valores morales trascienden al ser que está dotados de ellos.

El valor ontológico se realiza por medio de la existencia de un ser humano y es propio del ser en cuánto tal (valor de un ser vivo, un ser humano, un ángel

  1. Los Valores Cualitativos.
  1. Valores Morales.
  2. Valores Intelectuales.
  3. Valores Estéticos.
  4. Otros.
  1. Los Valores Morales.

Los valores morales no son una categoría de valores. Son valores puros (justicia, pureza, amor, generosidad, etc.), con independencia de que lo posea la voluntad humana, distinguiéndose del resto de los valores porque el hombre es responsable de ellos. Su realización es más bien indirecta. Se realiza en la ejecución de los otros valores según su polaridad y jerarquía objetiva. La persona está realmente interesada en el objeto, en algo —su valor— que reside en él y que a él pertenece = perfeccionamiento.

  1. Naturaleza de los valores morales.

Los valores morales presuponen a una persona. Jamás un ser impersonal podría estar dotado de moralidad. (ningún cuerpo material o animal). Los actos, situaciones y personas reales pueden ser sujetos de moralidad, buenas o malas. Cuando hablamos de personas, también nos referimos a las personas incorpóreas como los ángeles.

Pero los seres humanos al ser las únicas personas conocidas experimentalmente por nosotros van a ser sujetos de la moralidad. Los valores morales tienen un carácter único que los distingue y diferencia del resto. El hombre es el responsable de ellos. Culpa y mérito, lo encontramos solamente en la esfera de los valores morales.

  1. Valores positivos = Mérito.
  2. Valores negativos = culpa.

El presupuesto esencial para los valores morales es la libertad de la voluntad. Sólo por medio de este atributo de la voluntad, la persona es capaz de valores morales. Pero es irracional que un hombre diga: “…me especializo en ciencias y dejo el arte para otras personas que están dotadas para ello”.

Los valores morales son exigidos en su totalidad en tanto y en cuanto es hombre porque ser moralmente bueno pertenece esencialmente al fin de la humana existencia y al destino del hombre. Los valores morales son un bien mayor para la persona que está dotado de ellos.

“…Es mejor para un hombre sufrir una injusticia que cometerla”. Sócrates.

Por eso, el desvío moral es considerado el mayor mal para la persona.

En cambio, la bondad moral importa más para el hombre que cualquier otra cosa, dándole un carácter trascendente íntimamente ligado a la religión como armonía de lo divino y relacionado con recompensa y castigo.

  1. Característica específica de los valores morales en cuántos opuestos y diferentes de los intelectuales y ontológicos.

En los valores morales se haya una contrapartida de cada valor positivo por un desvalor, por ejemplo: a la justicia se opone injusticia, a la humildad, el orgullo; a la bondad, la maldad, etc.

Estos desvalores se oponen a ellos de un modo cualitativo siendo cualidades antitéticas de la otra. En cambio, cuando nos referimos a la dignidad de la naturaleza humana (valor ontológico) tal desvalor no existe, solo existe la contradictoria, no la antítesis contraria de una persona.

Los valores morales se presentan en relación con el valor (generosidad, veracidad, humildad, etc.), no al ser que encarna el valor. El valor ontológico de la voluntad recibe su forma de la voluntad. En el momento que conozco este valor, tengo ante mi espíritu algo completamente definido que posee esencia propia.

La diferencia entre los valores morales y debemos abordarlos desde las diferentes ópticas de aproximación a la noción de bien de Platón y Aristóteles.

Para Platón existe el bien, la “idea” de bondad, que es la fuente de toda la bondad siendo cualquier cosa buena por participación de esta bondad trascendiendo toda bondad del ser singular. (valores morales)

Para Aristóteles no existe tal bondad trascendente, sino sólo una perfección inmanente de un ser. (valores ontológicos)

Los valores morales nos hablan de Dios de un modo específico (Dios es bondad, veracidad, misericordia, justicia, etc.), entrañando la bondad moral de un ser humano a la similitud Dei. El valor moral tiene el carácter de un reflejo de Dios más directo y específico siendo un mensaje específico de Dios. Los valores morales vienen a ser reales por una libre actitud de la persona; por ejemplo, cuando la persona está dotada de una virtud dejando de ser real el valor moral al perder la persona la virtud.

  1. La Moralidad Material del acto humano

Si tomamos la moralidad en un contexto general, podríamos aproximarnos al a su definición diciendo que es la propiedad de los actos humanos por la que unos son justos, honestos, buenos; y otros, al contrario, perversos, deshonestos, injustos en y el mal en los actos son análogos

Santo Tomás nos dice que: “…el bien y el mal en los actos son análogos al bien y al mal en las cosas”.[2] Siguiendo con esta línea de pensamiento podemos afirmar, que el bien y el mal moral suponen en los actos cierta plenitud o cierta carencia. Unos admiten la moralidad intrínseca; otros, la moralidad extrínseca de los objetos. Hay quienes no reconocen jamás la obligación de la moralidad; y quienes la quieren a veces. Por eso es importante, adentrarnos en la naturaleza, obligación y sanción de la moralidad para comprender de un modo más pleno la moralidad material del acto humano.

Hay dos especies de moralidad: 1. Material u objetiva y 2. Formal o subjetiva. La moralidad material es la que reside en los objetos de orden moral que la voluntad puede buscar en los actos que tienen por fin esos objetos; determinando las condiciones objetivas del bien y mal moral. En cambio, la moralidad formal reside en los actos subjetivos, en cuantos éstos proceden de la voluntad libre que fija las condiciones subjetivas o condiciones de conciencia del acto moral.

  1. Existencia de la moralidad objetiva.

Los escépticos confunden lo verdadero y lo falso, el bien y el mal. Los fatalistas, ateos, panteístas y materialistas al suprimir a Dios y a la libertad humana de su cosmovisión destruyen toda moralidad. Pero aquellos que no admiten más que una moralidad extrínseca haciéndola descansar en la ley, como Hobbes o sobre la costumbre como Saint Lambert o como Pufendorf y Ocam sobre la arbitraria voluntad de Dios también caen en reduccionismo y relativismo moral.

Hay cosas que por su naturaleza misma son moralmente buenas o malas porque radican en la ley eterna y natural insertas en el corazón y naturaleza del hombre o porque hay proposiciones evidentes por sí mismas por sentido común cualquier hombre conoce, tales como: hacer el bien y evitar el mal, adorar a Dios, honrar a los padres, etc.

Por la conciencia, las cosas que producen en la conciencia moral efectos esencialmente opuestos difieren esencialmente entre sí.

Por el consentimiento de los pueblos[3], no hay pueblo cuyo idioma no contenga las palabras “bueno, malo, justo, injusto”, cuyas leyes no prescriban ciertos actos como buenos y que no prohíban otros como malos, cuyas instituciones no favorezcan la moralidad y no reprueben la inmoralidad; en otras palabras, moralizados a propósito de los primeros principios de la ley natural. El bien y el mal difieren específicamente, en cuanto a explicar cómo “…cada acto recibe su especificación de su objeto[4]

  1. El auténtico fundamento del bien y del mal moral.

La razón próxima del bien y del mal moral está en la conveniencia o la no conveniencia de los objetos morales con la razón humana universal y objetiva. La razón última está formalmente en la razón divina con su voluntad, radicalmente en la esencia de Dios.

Intentaremos analizar el bien y mal moral desde cuatro puntos de vista:

  1. Conveniencia con la razón humana.

Según Santo Tomás, “…una cosa es buena o mala para un determinado ser, según que ella convenga o se oponga a la naturaleza de éste”[5]

Es así que la naturaleza específica del hombre es el ser racional. Luego la conveniencia o no conveniencia de una cosa con la razón será la que constituya el bien o el mal moral.

  1. Conveniencia con la razón universal y objetiva.

La subjetiva es aquella realizada concretamente en el individuo siendo variable y accidentalmente sujeta al error. En contraste con la objetiva que es considerada por abstracción como común a todos y constante. En consecuencia, la moralidad en la conveniencia de los objetos consiste con la razón universal y objetiva, esto es, con la naturaleza racional.

  1. Conveniencia con la Razón divina.

En virtud de que la razón humana se refiere a la razón divina, es ella una regla secundaria y relativa de la moralidad fundándose sobre las esencias, que están todas formalmente en la Razón divina. Es en esta misma Razón divina la que se funda directamente el bien moral, e indirectamente el mal moral, en cuanto negación del bien.

  1. Conveniencia con la esencia de Dios.

Puesto que las esencias de las cosas están fundadas sobre la esencia divina, la voluntad está en perfecta armonía con la razón: lo que le parece bueno a la Razón divina, la voluntad no puede no quererlo para hacer de él una ley eterna.

Santo Tomás, lo resume de la siguiente manera: “…La regla de la voluntad humana es doble: una es próxima y homogénea, y es la razón humana misma; la otra, que es la primera regla, es la ley eterna, expresión de la razón divina[6].

En conclusión, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la moralidad es eterna, necesaria, inmutable como la esencia de Dios. La voluntad de Dios es absolutamente santa, y se le suele llamar la regla del bien y del mal. El fin del hombre no es tampoco el criterio último. El bien moral es el que conviene a la vida racional, considerada como tal porque estando el hombre dotado de una triple vida, el bien moral no es el que le conviene a su cuerpo o a su sensibilidad, sino el que conviene a su vida superior y específica. “…Seguid la razón en todos vuestros actos”.

  1. La fenomenología de la cultura de la muerte como camino seguro al totalitarismo.

Para conocer una situación histórica y muy especialmente política, sólo el sentido objetivo y el análisis desinteresado cuenta; para comprenderla, es la apreciación, también objetiva, la que actúa. Lo subjetivo es posterior porque permite su aprovechamiento y enriquecimiento. Suele pasar muchas veces que una buena información objetiva termina deformándose o pervirtiéndose por una inadecuada especulación subjetiva que concluye modificando o alterando la realidad histórica-política de una nación y, cuando los hombres pretenden imponer sus ideas a la realidad en contra del orden natural, terminan por engañarse a sí mismo; entonces caen aniquilados por el peso de la verdad. Este es el problema en que más frecuentemente incurren los ideólogos políticos de la cultura de la muerte y se preservan los estadistas.

“…El Estado es una sociedad política perfecta plenamente organizada según derechos y deberes por leyes justas y costumbres legítimas en orden al bien común de todos sus miembros”.[7] Es una unidad de orden existencial. Sus atributos más característicos son: 1. Soberanía, 2. Independencia; 3. Libertad; 4. Autarquía. En cambio, el ideólogo lo considera como un mero instrumento artificial en función de su voluntad de poder para la consolidación de una mentalidad e ideología común procesada en su mente.

Para nos, las funciones del recto gobernante como Jefe de Estado debe: 1. respetar la dignidad de la persona humana, 2. conocer las necesidades del hombre para procurar su satisfacción, 3. defender los derechos humanos sin olvidarse de la ley natural, 4. tener en cuenta la tendencia natural hacia la sociabilidad, como medio, sin restringir su libertad también como medio, para su perfeccionamiento, 5. tener clara noción del bien común, 6. respetar los cuerpos intermedios ya que impiden la absorción totalitaria del Estado y ayudan al perfeccionamiento del hombre.

La soberanía, “…es una prerrogativa que corresponde al Estado como poder y al estado como sociedad política perfecta constituida por muchedumbre y autoridad, es decir, al estado considerado en sentido formal de poder y en sentido integral de gobierno y pueblo conjuntamente.”[8] En palabras de Jean Bodin, “…la soberanía es potestad absoluta y perpetua de una República, que los latinos llaman majestad”. Cualquier autor de ciencias políticas medianamente serio nos dice que cuando hablamos de soberanía nos referimos ad intra jamás ad extra. La soberanía es siempre interna, no se refiere acerca de la relación con otros Estados sino del propio Estado. Su potestad debe ser suprema y plena, en orden a sus elementos constitutivos de lo contrario no estaríamos hablando de soberanía. Si el poder del Estado está restringido en sus funciones, tampoco hay soberanía. La soberanía no es absoluta porque es limitada por la ley y el derecho natural.

El Estado que es gobernado desde sus comienzos de gestión política con el fin de expansión, tomando control de todas las esferas de los habitantes de la patria con el transcurso del tiempo pierde la soberanía política para convertirse en un Leviatán absorbiendo todas las libertades y derechos de sus habitantes. El gobernante que intenta construir un proyecto de país basada en está construcción antropológica abstracta propuesta por la ideología de género sin considerar la realidad concreta histórica-política de los pueblos fundada en la ley eterna cae definitivamente tarde o temprano en un despotismo. Solo la magnanimidad de aquellos espíritus que piensan en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones son los verdaderos estadistas que dejan huella endeble en la historia y merecen regir los destinos de los pueblos.

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