Purificáis por fuera la copa y por dentro estáis llenos de maldad

Meditación del Papa Francisco

¿Nuestra vida es una vida cristiana de cosmética, de apariencia o es una vida cristiana con la fe que trabaja por la caridad?

Jesús dice de ellos «sepulcros blanqueados» para pisar ciertas actitudes, definidas por Él duramente como inmundicia, podredumbre.

También Pablo discute con los Gálatas por el mismo motivo, por su apego a la ley. La ley por sí sola no salva.

Lo que vale es la fe. ¿Qué fe? La que trabaja por medio de la caridad. El mismo discurso de Jesús al fariseo. Una fe que no es solamente recitar el Credo: todos nosotros creemos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, en la vida eterna… ¡Todos creemos! Pero esta es una fe inamovible, no trabajadora. Lo que vale en Cristo Jesús es su labor que viene de la fe o mejor la fe que se hace trabajadora en la caridad, es decir, vuelve a la limosna. Limosna en el sentido más amplio de la palabra: desprenderse de la dictadura del dinero, de la idolatría del dinero. Toda codicia nos aleja de Jesucristo. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 14 de octubre de 2014, en Santa Marta).

Reflexión
El Señor reprende a los fariseos porque quiere ayudarles a ver que viven en la hipocresía, que de nada les valen sus «buenas obras» y su observancia de la ley, si por dentro están sucios.

Un hombre captó en profundidad este mensaje de Cristo y entonces dijo: «Quiero escribir el libro de mi vida, no de cara a los hombres, sino cara a cara con Dios».

Descubrió que no vale la pena vivir fingiendo, vivir de apariencias, para crearse una buena imagen ante los demás, porque podemos engañar a los hombres, e incluso a nosotros mismos. Pero no a Dios, que ve en lo secreto y lo conoce todo.

Descubrió la insatisfacción y el desasosiego en que se vive cuando hay dualidad e hipocresía, cuando se vive con una máscara, se sonríe por fuera y se llora amargamente en el interior. Se dejó convencer al sentir la paz que deja la autenticidad y la coherencia de vida.

Propòsito
Que las buenas obras broten de nuestro interior, de nuestro amor a Dios y al prójimo, que nacen del corazón. Que nuestra intención no sea impresionar a los hombres, sino sencillamente agradar a Dios y ser un testimonio alentador para los que nos rodean.

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