Sentimientos de entrega

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Más de alguna vez se nos ha encendido el corazón a tal grado de querer ser perfectos en la propia misión. Seguramente habremos sentido el deseo de ser santo y habremos tenido la sensación de no tener límites al darlo todo.

Éste es el deseo espontaneo y sincero que Dios mira con ternura y cariño. Pero el obrar de Dios ante esta actitud es sabia. Cuando ve que lo ordinario está en su lugar -los mandamientos-, entra en profundidad para ayudarnos a purificar estos sentimientos.

Nos podemos poner con facilidad en lugar de este joven-rico, cuando Dios encuentra junto a nuestro corazón un tesoro. Un tesoro que se arraiga en el corazón con tanta fuerza que comienza a apagar los latidos del verdadero amor. Cristo lo señala. Cristo lo pide. Cristo quiere todo nuestro corazón.

Los apegos pueden surgir, pero debemos estar atentos al guardar todo nuestro corazón para Aquel que es digno de ser acogido en lo más íntimo de nuestra persona. Éstos son sentimientos de entrega, pero siempre deberán madurar.

El Señor fue claro: no se puede servir a Dios y al dinero. No se pueden servir a dos padrones, dos señores: o tú sirves a Dios o sirves a las riquezas. La historia de ese joven rico, que quería seguir al Señor pero al final era tan rico que eligió las riquezas, un pasaje evangélico en el que se subraya el lema de Jesús: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja», y la reacción de los discípulos «un poco asustados: Pero ¿quién se podrá salvar?».
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de febrero de 2017, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hacer un buen examen para encontrar aquello que está deteniendo mi entrega.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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