Una luz en las tinieblas

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«Si Dios está con nosotros, ¿quién está contra nosotros?» (Romanos 8, 31) Si hablamos en nombre de Él, ¿quién nos podrá callar? Todo aquel que ha conocido a Dios tiene el deber personal de transmitir el tesoro que ha encontrado.

Puede ser que, en algún momento, nos invada el temor y el sentimiento de incapacidad. Cuando Dios pide que vayamos a todo el mundo predicando su nombre, tendremos que ir por lugares difíciles de recorrer. Se nos impondrá la necesidad de caminar y, a veces, de correr en medio de la obscuridad. Puede ser que, en algún momento, no veamos claro el camino que se pierde y se oculta entre las tinieblas, mientras nuestros ojos, con cansancio, buscan un poco de claridad.

Correr en la obscuridad es lo que Dios nos pide para transmitir la luz que llevamos dentro, porque de nosotros depende llevar la luz que nos ha guiado. Al final, sólo somos portadores, de forma que si caminamos entre tinieblas es porque llevamos la luz que ha iluminado nuestras vidas y que puede iluminar la de los demás.

Y todo esto significa humildad. El temor del Señor es humildad. Solamente los pequeños son capaces de entender plenamente el sentido de la humildad, el sentido del temor del Señor, porque caminan ante el Señor, siempre: ellos se sienten observados por el Señor, custodiados por el Señor; sienten que el Señor está con ellos, que les da la fuerza para seguir adelante. Los pequeños entienden que son un pequeño retoño de un tronco muy grande, un retoño sobre el cual viene el Espíritu Santo.
(Homilía de S.S. Francisco, 29 de noviembre de 2016, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy intentaré hablar con alguien sobre la presencia del Espíritu Santo en nuestra misión de evangelizar.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

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