Venid conmigo

Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net 

Jesús, un desconocido del mundo hasta ese momento, se manifiesta al mundo con decisión, con valentía, con coraje, con entusiasmo. Ha salido de las aguas del Jordán, se ha dedicado durante cuarenta días a la oración y la penitencia, y ahora se lanza por los poblados de la Galilea, proclamando el mensaje que trae del Cielo:

– ¡Se ha cumplido el tiempo, el Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en el Evangelio!

Las gentes empiezan a seguir al joven Maestro de Nazaret, que se conmueve con los males que sufre el pueblo. Cura a los enfermos, perdona a los pecadores, ama con ternura, comprende a todos. Pero pronto se da cuenta de que el trabajo va a ser mucho, de que solo no va a poder hacer gran cosa, y, sobre todo, piensa en la gran idea que desde el principio tiene muy metida en la mente:

– Esto no puede ser llamarada que prende y pronto se apaga. Ha de quedar una institución estable. El Reino de Dios, para llegar a todo el mundo, ha de contar con algo permanente. Una Iglesia, mi Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios… Esto requiere colaboradores. Hombres capaces y generosos, emprendedores, a los cuales pueda confiar yo mi propia misión y de quienes pueda fiarme del todo.

Con este pensamiento fijo, un día está junto a la ribera del Lago. Allí encuentra a unos compañeros ya conocidos. Pero, igual que le siguen, continúan sin embargo en sus labores ordinarias. Desde hoy van a cambiar las cosas:
– Oye, Simón; y tú también, Andrés; dejad la barca y las redes, y seguidme.
Un poco más adelante, ve a los otros dos hermanos:
– Juan…, Santiago. Venid conmigo.
Y los dos, sin dudar un instante:
– Padre, nos vamos con el maestro de Nazaret.

Así de sencillo todo, pero todo también cargado de enseñanzas y con una generosidad, una prontitud y una fidelidad que serán ejemplo inmortal en la Iglesia.

Si analizamos las palabras de esa primera y elemental predicación de Jesús, vemos que contienen en semilla todo el mensaje de Dios.
-¡El tiempo se ha cumplido!

¿Sabemos lo que esto significa? Dios, que es Fiel, cumple su promesa. ¡A olvidarse de todo lo pasado! Ahora, hay que atenerse a la gran oportunidad que brinda Dios. El tiempo se va a dividir en antes de Cristo y después de Cristo. Y el tiempo de Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. No esperamos nuevos mesías ni otro salvador alguno. Quien no está con Cristo, se pone contra Cristo y se juega su salvación. ¡O se vive el cristianismo en su totalidad, o se equivoca uno lastimosamente! Dios ha dicho su última palabra en Jesucristo. Por eso Jesús nos apremia:
– Mirad que el Reino de Dios está ya encima.
¡Y tan encima! Un día nos dirá Jesús a todos: -Que nadie busque por ahí el Reino de Dios, porque el Reino está dentro de vosotros.

Resulta una lástima el poco aprecio que hoy se hace de estas palabras del Señor. Al no estar convencidos muchos del tesoro que les ha confiado Dios, juegan con la gracia –vida de Dios en el alma– y buscan solucionar sus asuntos sin contar con Jesucristo, que sigue diciendo impávido:
– ¡Creed en el Evangelio! ¡Creedme a mí! Yo soy el único que os dice la verdad. En el Evangelio, en mi Evangelio, tenéis solucionados todos los problemas que la vida os pueda traer. En el Evangelio hallaréis la verdad. En el Evangelio me hallaréis a mí, pues por él os seguiré hablando siempre.

Abrazando el Evangelio –la Buena Nueva de Dios– se aseguran todos la salvación de sus almas.

Jesús podría añadirnos ahora una reflexión muy oportuna, y nos diría:
– ¿Por qué no hacéis todos como Pedro y Andrés, como Juan y Santiago? ¿Pensáis que eran unos pobretones que no dejaban nada?… No; no eran tan pobres. Eran patronos de barca y redes y tenían empleados a sueldo. Para entonces, y en las costumbres de mi pueblo, eran unos trabajadores acomodados. Pero, ¡qué hombres y qué muchachos tan estupendos! No se lo pensaron un momento, y en un momento también me hice yo con unos amigos y unos colaboradores de primera.
Pero, más que lo mucho o poco que dejaban, se me dieron a mí con una generosidad sin medida. No pusieron trabas de ninguna clase. Dieron un vuelco total a sus vidas –¡aquello sí que fue conversión!–, fueron después unos continuadores míos extraordinarios en la evangelización, y yo me he encargado de hacer imperecedera su memoria en el mundo y de colocarlos en lo más encumbrado de mi Cielo.

Así nos podría seguir hablando Jesús. ¡Y cuántas cosas que nos iría diciendo!…
¡Señor Jesucristo! El mundo tiene muchas veces miedo de ti. Piensa que le vas a robar la felicidad con tus exigencias. Y no se da cuenta el mundo de que tu mensaje es la Buena Nueva. Una noticia tan buena como es la salvación. Nosotros creemos. Nosotros te aceptamos. Nosotros, como aquellos primeros amigos, los pescadores del Lago, te decimos que sí, que sólo Tú mereces la adhesión de la mente, el amor del corazón y la entrega de la vida….

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