Vio sus signos y creyó

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El Evangelio que hoy meditamos pareciera estar fuera de lugar, estamos en la celebración de la octava de navidad y la liturgia nos propone un evangelio sobre la resurrección.

Hoy la Iglesia nos pone como ejemplo de santidad a san Juan evangelista. Juan era joven inquieto, que nunca se conformaba, que siempre quería estar lo más cerca posible de su amigo Jesús, pero lo más importante, fue un joven que supo entender muy bien lo que significa nacer de nuevo.

Durante estos últimos tres días hemos estado celebrando nacimientos. En primer lugar, el de nuestro Señor, en segundo lugar, ayer celebrábamos el martirio de san Esteban, que es el nacimiento al cielo del primer hombre que dio la sangre por Cristo, y por último, hoy celebramos el nacimiento en la fe con san Juan.

Juan amaba tanto al Señor, que apenas supo que había resucitado, salió corriendo sin importar que lo apresaran en el camino por ser seguidor de Jesús. Su «nuevo nacimiento» en la fe lo está viviendo en este relato evangélico con la fuerza de la alegría que produce una experiencia real y cercana con Jesús como mejor amigo.

Jesús desea ardientemente que nosotros también tengamos ese nuevo nacimiento en espíritu. Hoy nos invita a que corramos en la fe. A lo mejor cojeamos un poco con una fe cansada y rutinaria, o puede ser que los «músculos» de nuestra fe se encuentren débiles y acalambrados. Para ganar este maratón el mejor entrenamiento es amar y dejarnos tocar por Dios para nacer de nuevo.

Al final de la carrera, según nos cuenta el Evangelio, Juan no vio al Señor al instante, pero vio sus signos y creyó ¿Cuántos signos nos ha dado a nosotros?

¿Cuáles son los criterios para hacer un buen discernimiento de lo que sucede en mi alma?. Juan propone un solo criterio y lo presenta con estas palabras: «Todo espíritu -toda emoción, toda inspiración que siento- que reconoce a Jesucristo venido en la carne, es de Dios; y todo espíritu que no reconoce a Jesús, no es de Dios».
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de enero de 2016, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy intentaré ejercitar mis «músculos» para correr en la fe y hablaré de Jesús con otra persona.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

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