Yo soy el pan de vida, el que venga a mí, no tendrá hambre

Meditación del Papa Francisco

Lo contrario a cumplir la voluntad de Dios comenzó en el Paraíso, con la no obediencia de Adán. Y esa desobediencia ha llevado el mal a toda la humanidad. También los pecados son actos de no obedecer a Dios, de no hacer su voluntad. Sin embargo, el Señor nos enseña que este es el camino, no hay otro. Y comienza con Jesús, sí, en el Cielo, en la voluntad de obedecer al Padre.

Pero cumplir la voluntad de Dios «no es fácil». No fue fácil para Jesús que fue tentado en el desierto y en el huerto de los olivos. Tampoco lo fue para algunos discípulos, que lo dejaron porque no entendieron qué quería decir hacer la voluntad del Padre.

Tampoco es fácil para nosotros desde el momento que cada día nos presentan en una bandeja muchas opciones. Y así, ¿cómo hago para hacer la voluntad de Dios? Pidiendo la gracia de querer hacerlo. […]

Que el Señor nos dé la gracia, a todos, que un día pueda decir de nosotros lo que ha dicho de aquel grupo, de aquella multitud que lo seguía, los que estaban sentado en torno a Él, como hemos escuchado en el Evangelio. Y así hacer la voluntad de Dios nos hace ser parte de la familia de Jesús, nos hace madre, padre, hermana, hermano. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 27 de enero de 2015, en Santa Marta).

En Jesús, en su “carne” -es decir, en su concreta humanidad- está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor va hacia Jesús, y va con fe, y recibe de Él la vida, la vida eterna. Aquella que ha vivido esta experiencia en modo ejemplar es la Virgen de Nazaret, María: la primera persona humana que ha creído en Dios acogiendo la carne de Jesús. Aprendamos de Ella, nuestra Madre, la alegría y la gratitud por el don de la fe. Un don que no es “privado”, un don que no es “propiedad privada”, sino que es un don para compartir: es un don “para la vida del mundo”. (Homilía de S.S. Francisco, 9 de agosto de 2015).

 

Reflexión
Todo el que vea al Hijo de Dios y crea en Él, es decir, quien lo reconoce y acoge mediante la fe, tendrá la vida eterna y resucitará en el último día. La fe es un don de Dios que nos dispone para asentir a las verdades reveladas por Dios. No es algo que se logre por un mero esfuerzo humano.
Pero es necesaria nuestra colaboración con Dios. Dios ha querido sentir necesidad de nosotros.
Hay cristianos que son como esos cantos redondos de los ríos, que a lo mejor llevan años dentro del agua, pero se rompen y en su interior están completamente secos. La falta no está en el cristianismo sino en esos corazones que son como el de los judíos del evangelio: «han visto pero no han creído».
Nada hemos de valorar tanto como este regalo de la fe. Por defender la fe, se da incluso la vida, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de los siglos.

Pero no nos sintamos solos. Cristo nos espera con los brazos abiertos, porque quien camina hacia Él por la fe, nunca será rechazado.

Diálogo con Cristo
Jesús, me doy cuenta que el ideal de cumplir siempre tu voluntad es costoso. El orgullo, la pereza espiritual o el miedo son obstáculos que necesito vencer, pero frecuentemente olvido que sólo tu gracia podrá lograr esa transformación de mi egoísmo y soberbia en amor a Ti y a los demás. Nunca permitas que me aparte de la fuente de esa gracia: tu Eucaristía.

Propósito
Para que recibir la Eucaristía nunca se convierta en un acto rutinario, hoy (y siempre) me prepararé lo mejor posible para recibirla y agradeceré a Dios su infinito amor.

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