ESTER SUPLEMENTOS GRIEGOS

Capítulo 3

1 Entonces Mardoqueo, recordando todas las obras del Señor, le dirigió esta oración:

2 «Señor, Señor, Rey todopoderoso, todo está sometido a tu poder y no hay nadie que pueda oponerse a ti, si tú quieres salvar a Israel.

3 Porque tú has hecho el cielo y la tierra y todas las maravillas que hay bajo el cielo;

4 tú eres el Señor de todas las cosas, y no hay nadie que te resista, Señor.

5 Tú lo conoces todo, y sabes muy bien, Señor, que no ha sido por arrogancia, ni por soberbia o amor propio, que yo me negué a postrarme ante el orgulloso Amán:

6 de buena gana le besaría la planta de los pies por la salvación de Israel.

7 Si yo hice esto, fue para no poner la gloria de un hombre por encima de la gloria de Dios: no, no me postraré ante nadie sino sólo ante ti, Señor, y esto no lo hago por soberbia.

8 Y ahora, Señor, Dios y Rey, Dios de Abraham, perdónale la vida a tu pueblo, porque están mirando cómo destruirnos y ansían exterminar la herencia que ha sido tuya desde siempre.

9 No menosprecies tu porción escogida, la que has rescatado para ti del país de Egipto.

10 Presta atención a mi plegaria, muéstrate propicio con tu heredad, cambia nuestro duelo en alegría, para que vivamos y cantemos himnos a tu Nombre, Señor. ¡No hagas enmudecer la boca de los que te alaban!».

11 Mientras tanto, Israel clamaba con todas sus fuerzas, porque veían que su muerte era inminente.

12 La reina Ester, presa de una angustia mortal, también buscó refugio en el Señor.

13 Se despojó de sus vestidos lujosos y se puso ropa de aflicción y de duelo. En lugar de los perfumes refinados, se cubrió la cabeza de ceniza y basura. Mortificó su cuerpo duramente y dejó caer sus cabellos enmarañados sobre aquel cuerpo que antes se complacía en adornar.

14 Luego oró al Señor, Dios de Israel, diciendo: «¡Señor mío, nuestro Rey, tú eres el Unico! Ven a socorrerme, porque estoy sola, no tengo otra ayuda fuera de ti

15 y estoy expuesta al peligro.

16 Yo aprendí desde mi infancia, en mi familia paterna, que tú, Señor, elegiste a Israel entre todos los pueblos, y a nuestros padres entre todos sus antepasados, para que fueran tu herencia eternamente. ¡Y tú has hecho por ellos lo que habías prometido!

17 Ahora nosotros hemos pecado contra ti, y tú nos entregaste en manos de nuestros enemigos,

18 porque hemos honrado a sus dioses. ¡Sí, tú eres justo, Señor!

19 Pero ellos no se contentaron con someternos a una dura esclavitud, sino que hicieron un pacto con sus ídolos

20 para anular lo que tu boca había decretado, para hacer que desaparezca tu herencia y cerrar la boca de los que te alaban, extinguiendo la gloria de tu Casa y de tu Altar,

21 y para abrir, en cambio, la boca de las naciones, a fin de que celebren a los ídolos vanos y admiren eternamente a un rey mortal.

22 No entregues tu cetro, Señor, a los que no son nada: ¡que no se burlen de nuestra ruina! Haz que sus planes se vuelvan contra ellos e inflige un castigo ejemplar a aquel que comenzó a atacarnos.

23 ¡Acuérdate, Señor, y manifiéstate en el momento de nuestra aflicción! Y a mí, dame valor, Rey de los dioses y Señor de todos los que tienen autoridad.

24 Coloca en mis labios palabras armoniosas cuando me encuentre delante del león, y cámbiale el corazón para que deteste al que nos combate y acabe con él y con sus partidarios.

25 ¡Líbranos de ellos con tu mano y ven a socorrerme, porque estoy sola, y no tengo a nadie fuera de ti, Señor! Tú, que lo conoces todo,

26 saber que yo detesto la gloria de los impíos y me horroriza el lecho de los incircuncisos y el de cualquier extranjero.

27 Tú sabes que estoy aquí por necesidad; yo aborrezco la insignia fastuosa que ciñe mi frente cuando aparezco en público: la aborrezco como un paño ensangrentado, y nunca la uso cuando estoy a solas.

28 Tu servidora no ha comido en la mesa de Amán, no he sentido estima por los banquetes del rey ni he bebido el vino de las libaciones.

29 Tu servidora no encontró la felicidad desde que cambió de condición hasta el presente, a no ser junto a ti, Señor, Dios de Abraham.

30 ¡Dios, que tienes poder sobre todos, oye la voz de los desesperados: líbranos de las manos de los perversos y líbrame a mí de todo temor!».

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